sábado, 6 de diciembre de 2008

Escribir un poema es un acto peligroso


Escribir un poema es un acto peligroso. Nos empuja tanto hacia el centro del mundo, hacia la médula de los otros y de nosotros mismos, que nos convierte en extranjeros. Nos aísla, exila, nos vuelve extraños. El idioma que usa el poeta no es de todos los días, el cotidiano; es, como bien dice un contemporáneo, un dialecto. Por más que hable con palabras de diccionario o aparentemente comunes, lo que de ellas hace el poeta, en su alquimia, en las sucesivas destilaciones, en la busca de otros planos, de otras significaciones, las sitúa en otra parte, las relaciona con la magia, las llena de poderes, las convierte en sistemas de espejos, en intrincados jardines. La poesía depara descubrimientos pero, también, trae soledades. C.B.

No sólo pescador el poeta, también jardinero. Las plantas como las palabras crecen de forma inesperada –escribe Luisa. La labor es modelarlas conforme su naturaleza, nos dice, pero sin olvidar el azar. Ciencia y magia, de un extremo al otro del oscilar del péndulo está comprendido el quehacer del poeta, del jardinero. Porque si todo estuviese calculado, medido y pesado, no habría lugar para el asombro. Cuidar, regar, hacer acodos, cortar lo que está demás o se secó, sí, pero, también, dejar que el aire, el rocío, la lluvia, la luz del sol hagan lo suyo. La poesía como bella planta surgida de la razón y del prodigio, de la vigilia y del sueño, surgida de la tierra y que crece con paciencia. Si con paciencia crecen calas y malvones, también con paciencia se hacen los poemas, el resto –me parece que así piensa Luisa- es vanidad. C.B. (de Luisa Futoransky: La eterna lucha)

Carlos Barbarito
Blog Viga Bajo el Agua

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